La Ventana

Si tuviera que expresar con la más exacta precisión lo que pasa por mi mente al estar frente a esta ventana, podría simplemente decir que la inmovilidad, el frío y la soledad que se perciben en la calle reflejan fielmente la condición espiritual de mi vida. Nada falta para que ésta sea otra de las repetidas tardes de mi contrariada vejez: mi cansancio físico y moral; un viejo sillón que colabora con mi sosiego; el fuego del hogar ofreciéndome su tenue calor; una suave manta cubriendo mis débiles piernas; y finalmente un lápiz y un anotador que representan la única compañía con la que puedo contar. Vuelvo mi mirada hacia afuera. La angosta y ceñida abertura en la pared me transfiere una impresión familiar. Ésta ventana me abre los ojos a una efímera imagen del mundo, pero aún así, advierto que puede pintar con los mismos colores, matices y trazos el cuadro de mi propia existencia. Todo lo que veo me transmite una pálida y triste sensación, la misma en la que ahonda mi vida desde hace largos años. No puedo escapar de la oscuridad que tiñe mis días de gris. Ya no creo que sea coincidencia que lo único que logro vislumbrar a través de mi ventana es siempre la misma soledad, el mismo frío y la misma inmovilidad. Reconozco que por más amplia y clara que sea la ventana, jamás podrá comunicarme otra cosa que no sea aquello que coincida con lo que mis ojos están preparados para ver. Entiendo que es un problema que concierne a mi estructura interior lo que condiciona mi visión. Es mi fallido espíritu el que no le permite a mi cuerpo ni a mi mente formular otra descripción de la vida que no sea una obscura y sombría metáfora.

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Escrito el 7/6/1999 para un ejercicio de la Universidad